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La vida secreta de Lili Marleen

Lili Marleen
Alemania - 1980
Dirigida por Rainer Werner Fassbinder
Con Hanna Schygulla, Giancarlo Giannini, Mel Ferrer, Karl Heinz von Hassel, Erik Schumann, Hark Bohm, Rainer Werner Fassbinder y otros.


Las casualidades no existen. Dos canales de cable contiguos dieron sendas películas con el nazismo como eje temático: La cruz de hierro, de Sam Peckinpah -con sus coreográficas, deslumbrantes y estéticas masacres en cámara lenta que tanto le dieran al cine de John Woo, por ejemplo- y La vida secreta de Lili Marleen, de Fassbinder. Durante los primeros minutos dudé entre la presentación de una cantante mediocre en la alemania hitleriana de pre-guerra del cineasta alemán y el encadenado de furiosas imágenes documentales mixturadas con escenas de ficción que terminan en banderas coloreadas y un herido que es sacado a la rastra de una trinchera, producto de la muñeca del norteamericano. Como es evidente, terminé inclinándome por la primera.

No recuerdo haber visto antes a Fassbinder, pero siempre tuve el prejuicio, amparado por el apoyo de quienes que afirman haber visto Querelle como mínimo, de que se trataba de un autor dificil, oscuro, denso y febril como lo demuestran unos 40 largometrajes en 15 años de producción. Y fue gracias a ese prejuicio que La vida secreta de Lili Marleen me sorprendió. Fassbinder ha sido muy criticado por esta película. Trabajó con guionistas de una clara afiliación nazi, filmó la película alemana más cara de la historia hasta ese momento, hizo un show de cabaret que extendió por casi dos horas, afirmó con una escena (aquella en la que se tortura a Robert Mendelssohn, el pianista judío que interpreta Giannini, con el loop de un fragmento de la canción de su amada imposible, aria y protegida de III Reich) sus dichos sobre la música y la manipulación de las masas, filmó unas escenas de guerra impecables, montó una película de un ritmo intenso, con alma de culebrón y melodrama. Puso en escena una producción que bien podría haber sido un clásico hollywoodense de 3o años antes de su exposición. Mostró los entuertos del mecanismo de poder nazi, lo imprevisible -a medida que avanzaba la guerra y su final de derrota para los alemanes- y lo cruento que podía ser, lo kistch y lo desopilante, aún en medio de una de las máquinarias políticas de matar más implacables de la historia.

Lili Marleen es el personaje de una canción interpretada por una cantante desconocida a quien el mismo público -con base en los soldados del ejército cuyas batallas tenían una tregua de 3 minutos para escucharla por la radio- la bautiza con el nombre del personaje femenino que se despide de su novio soldado en la puerta deun cuartel. Como el monstruo que le roba a Frankenstein su apellido, la cantante se apodera de lo que por derecho propio le corresponde: Lili Marleen no hubiera sido nadie sin la voz de Willie ni el piano de Taschner. Y como buen monstruo, algo opera desfasado: ella es la única que tiene en claro que sólo interpreta una canción que adoran millones de radioescuchas. Si en nazismo es puramente circunstancial para ella, si su apogeo artístico es bajo el régimen que exterminó a quienes pertenecían a la misma colectividad que su amado Robert, si su contacto con las altas esferas de los genocidas no hace mella en su modo de ser, es porque Lili Marleen es el prototipo de la ceguera de quien no quiere ver. ¿Que suena a historia incómoda y conocida para los argentinos? Sí, y es en ese preciso resquicio de la incomodidad en el que el film de Fassbinder se funda y se erige como una película que atrapa, cuestiona, disfraza, mezcla y da de nuevo.