martes

Pequeña Miss Sunshine

Little Miss Sunshine
E.E.U.U.
2006
Dirigida por Jonathan Dayton y Valerie Faris
Con Abigail Breslin, Greg Kinnear, Paul Dano, Alan Arkin, Toni Collette y otros.

Un viejo amigo al que identificaré con el nombre de El Bolche, me dijo una vez que El Sistema se las arregla para aceptar algunos cuestionamientos, hacerlos propios y, de ese modo, inocularse contra cualquier modo de revolución: según él, así es como existen las Mercedes Sosa y los Víctor Heredia en los medios masivos de comunicación) . En esta perspectiva Pequeña Miss Sunshine puede leerse una vacuna contra las críticas al american way of life y los self made men/women con los que nos atormenta el supuesto bienvivir del capitalismo salvaje, cuyo excipiente no es el agua destilada sino un feroz humor negro. Fuera de todo registro de lo convencional, no llega a subvertir valores pero sí a cuestionarlos profundamente con la inclusión de un particular happy end: la burla llega tan lejos como puede.


Las cosas están claras desde el principio: el padre de Olive explicando su método para acceder al éxito a un público universitario, desganado y sin interés en lo que escucha, recuerda el trazo patético de Smoochy (Maten a Smoochy, Danny De Vito, 2002) cantándole a drogadictos sin remedio antes de ser famoso. Sin embargo, ese movimiento parabólico del ser un don nadie a triunfar (al menos a lo que el mercado entiende como éxito) no sucede en esta ácida y deliciosa comedia que, a este humilde escriba, le arrancó carcajadas y lágrimas de risa. Y en su camino (no deja de ser una road movie) no deja títere con cabeza, comenzando por la simpática, querible y poco bella Olive. En el resto de los personajes se resume un mundo al cual se le ven las rajaduras en una supuesta posibilidad de ser feliz. Un tío suicida y gay, puesto al borde de la muerte por el despecho amoroso de un joven; un abuelo que subvierte toda lógica de corrección política; una madre ama de casa desencantada que apuesta a que su hija triunfe en el mundo de la belleza; el hermano que hace un voto de silencio hasta que se confirme su futuro como aviador. Todos detras de un objetivo: la coronación en un concurso de belleza de la panzoncita Olive. Y como todo está claro desde el principio, no soprende ver a la rolliza protagonista, vestida al peor estilo Moria Casán haciendo de Rita Turdero, la pantera de Mataderos, entrmezclada con un grupo de niñas maquilladas, émulas de las divas de las pasarelas de Nueva York, Milán, París y demases capitales de la moda. No sorprende la cara de asco con que es mirada. No soprende que las otras niñas ya no lo sean. Sin embargo, es la propia Olive la que, niña y todo, compite con el set más adulto, emulando a una stripper. Una joyita la elipse que es la pequeña en una habitación de hotel, junto a su abuelo, gruñendo y arañando el aire, 20 minutos antes de ese final en el que aparece bailando como una tigresa.


Quizás El Bolche tenga razón. Quizás este sea un modo imperialista de diluir las críticas, de hacerlas menos incisivas. Para quienes nos sentamos a ver la película, nos queda el agradecimiento al Sistema por dejar colar inteligencia y humor, dos de los recursos necesarios para cualquier forma de subversión.

lunes

Sophie Scholl - Los últimos 7 días

Sophie Scholl - Die letzten Tage
Alemania
2005
Dirigida por Marc Rothemund
Con Julia Jentsch, Fabian Hinrichs, Gerald Alexander Held, Johanna Gastdorf y otros.

Advertencia: estas palabras contienen el final de la película. Gracias que te avisé...

Cuando era un niño, me la pasé viendo películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Incluso, una de las primeras películas que vi en un cine de Capital fue La Batalla de Midway (Jack Smight, 1976), filme que presentaba la novedad del sensurround que yo me había perdido por no llegar a los 13 años de edad mínima requerida al momento del estreno de Terremoto (Mark Robson, 1974). Me detengo un instante en estas dos últimas, asombrado por una revelación que quizás envuelva a la mismísma concepción de esta opinión sobre Sophie Scholl: los elencos de ambas películas estaban encabezados por Charlton Heston. Y era un héroe. Quería tener su peinado en la piel de Marco Antonio, quería manejar carros romanos con la destreza que él lo hacía en Ben-Hur (William Wyler, 1959), quería ser yo quien escapase del horror animal del que huyó en El planeta de los Simios (Franklin Schaffner, 1968). La vida me hizo un poco más bolchevique y un día llegó Michael Moore y me trajo a aquel héroe convertido en un abominable fascista. Y me decepcioné...

Lo mismo me pasó con esta película. La primer decepción fue su género. Mi amada me había dicho comedia, así que cuando ví la esvástica me hice la pregunta más intelectual que pude: "¿De cuál estará más cerca? ¿De Ser o No Ser (Ernst Lubitsch, 1942) o de La vida es bella (Roberto Benigni, 1997)?". Pero la caja del DVD insistía en que era un drama. La segunda decepción fue al leer el subtítulo de la película: "Los últimos 7 días". Si bien ya no esperaba ver otra cosa que a Sophie ajusticiada, tampoco tenían por qué romperme la ilusión de un posible final hollywoodense donde los nazis son abatidos en el momento en que están por degollar a la heroína. Pero no quería perder por desasosiego y si muchas críticas habían sido buenas, entonces nada mejor que prepararme para ver un drama alemán sobre los nazis. Y llegó la tercera decepción: no iba a ver el par cinematográfico de la novela El lector (Bernhard Schlink, 2003). Sólo un dramón con ínfulas de película política, la canonización de una mártir que nadie conoce, una heredera pobre del spielberguiano Schindler. Sophie Scholl tiene todas las características de un personaje políticamente correcto contemporáneo: es solidaria, valiente, un poco inconsciente, astuta, un touch ingenua y, por sobre todas las cosas, es mujer. Otra hubiera sido la historia contada desde su hermano. Una más del montón de historias que uno se puede imaginar en la Alemania nazi. Una un poco menos edulcorada, más comprometida, menos panfletaria del buen pensar: ese mecanismo moderno de inventar santos para hacer evidente al demonio.

jueves

La puerta verde

La chambre verte
1978
Francia
Dirigida por François Truffaut
Con François Truffaut, Nathalie Baye, Jean Dasté, Patrick Maléon y otros


Hacía tiempo que no veía una peli de Truffaut. Creo que las últimas fue la saga de ese personaje que filmó a lo largo de los años: Antoine Doinel. Si bien no fue una de las que más me gustó (lejos de la fascinación que me produjo Farenheit 951; fuera del orden de la maestría soberbia de Los 400 golpes; sin el encanto romántico de La mujer de la próxima puerta; sin la excitación de mi debut con Confidencialmente tuya: ahhh, Fanny Ardant...), puedo decir que, en ráfagas, quedé admirado por la efectividad del relato. A mi modesto entender, la mejor de las escenas es aquella en que George, el pequeño mudo del cual se desconoce su origen y filiación con el protagonista Julien Davenne, baja en silencio por las escaleras en busca de remediar el hambre al que fue sometido luego de romper unas placas de vidrio, antecesoras de las diapositivas: un juego con espejos que gira el eje del ojo sin mover la cámara. Si uno compraba (ahora baja de la red) un disco por un tema, bien puede ver esta película por esa escena. La puerta verde tiene el extraño sabor a cierta infatuación en sus actuaciones y el aire a intríngulis psicológico alla Hitchcok, y ese ritmo tan afrancesado que hacía que mi abuela espetara: "No miro películas francesas porque son muy lentas".